El sencillo proverbio que afirma que "no puede borrarse de la carne lo que está impreso en el hueso" , de uso tan común en Inglaterra, nunca fue tan cierto como en la historia de mi vida. Cualquiera habría pensado que, tras cincuenta y cinco anos de aflicciones y de toda una variedad de infelices circunstancias que pocos hombres, si no ninguno, habían sufrido jamás ; tras siete anos de paz y regocijo en la plenitud de todas las cosas ; envejecido y dispuesto, si es que alguna vez fue posible, a disfrutar de la posibilidad de experimentar todas las circunstancias de la vida mediana hasta averiguar cuál era la que más se adaptaba a la obtención de la completa felicidad del hombre ; tras todo eso, digo, cualquiera habría pensado que aquella propensión a deambular, de la cual en el relato de mi primera salida al mundo ya advertí que se imponía en mis pensamientos, debería haberse gastado, evacuada por completo su parte volátil, o condensada al menos, de modo que, a los sesenta y un anos de edad, yo podría haberme inclinado por permanecer en casa y por poner fin a mi tendencia a arriesgar la vida y la fortuna.