Despacio, y en coloquio piadoso con el ama Virtudes, ovillaba dona Elvira la recia madeja de lana azul, para seguir urdiendo los doce pares de medias que ofreciera en limosna. Servíanle de devanadera las rollizas manos del ama. Era la senora vieja, cencena, grave, de tabla compungida de priora ; y la criada, mediada de anos, maciza, con pelusa de albérchigo en las redondas mejillas, luminarias en los ojuelos grises, y pechos poderosos y movedizos, que dona Elvira no miraba sin decirse : "¡Para qué tanto, Senor ! Es ya insolencia" . Y el visaje lastimero del ama parecía replicarle : "¡Y yo qué culpa tengo ! " . -Ama Virtudes, me temo que llegue el frío y no podamos entregar al senor rector los doce cabales. -¡El frío ! ¡Y hasta que anochece cantan aún que revientan las cigarras en las oliveras ! -Atiende, ama, que estamos en septiembre y se han de acabar para Todos Santos.