DON DEOGRACIAS y DOÑA BIBIANA. DON DEOGRACIAS. - Pero, mujer, ¿es posible que hayas perdido el juicio hasta el punto de querer hacer la senora ? Tú, hija de una honrada corchetera, que en toda su vida no supo salir de los portales de Santa Cruz con su puesto de botones de hueso y abanicos de novia... Tu abuelo un pobre cordonero de la calle de las Urosas, que, gracias a tu boda conmigo, concluyó sus días en una cama de tres colchones con colcha de cotonía... DOÑA BIBIANA. - ¿Y qué tenemos con esa relación tan larga de mi padre, y de mi abuelo, y de mí? ... Vaya, que es gracioso. Sí senor, quiero dejar el comercio ; sabe Dios lo que la suerte me reserva todavía : verdad es que mi madre vendía botones ; pero por eso mismo no los quiero vender yo... sobre todo, si yo conozco mi genio... y, vamos a ver, dime : ¿qué era la marquesa del Encantillo, que anda desempedrando esas calles de Dios en un magnífico landó? A ver si su abuelo no era un pobre valenciano, que vino vendiendo estera, y se ponía por más senas en un portal de la calle de las Recogidas, hecho un pordiosero, que era lo que había que ver. En fin, fuera cuestiones, Deogracias ; te lo he dicho, no quiero más comercio. Llevo ya veinticuatro anos de medir sedas, y de estirar la cotanza para escatimar un dedo de tela a los parroquianos, y de poner la cortina a la puerta para que no se vean las macas de las piezas... qué sé yo... maldito mostrador ; basta, basta, no más mostrador.