-Confiesa que te quejas de vicio, querida Clara. Con tus veintiocho anos de edad, tu hermosura, tu independencia de viuda, tus ochenta mil duros de renta y tus ochenta mil adoradores, con este precioso palacito, tus carruajes, tu elegancia y tu fama, no hay derecho a quejarse de la vida y venir con esos argumentos traídos por los cabellos, y con esas románticas declamaciones, a quererme probar que eres desgraciada. ¡Ja, ja ! ¡Desgraciada tú! ¡Que lo dijera yo ! ... ¡Pero tú! ... -Qué quieres : pues lo soy, y mucho. Hay momentos en que me cambiaría por ti, y eso que me estás siempre queriendo convencer de que eres la más infeliz de las mujeres. -Es que yo lo soy de veras. Yo soy pobre y tú no sabes lo que esta palabra significa cuando se tienen mis veinticinco anos, algunas pretensiones y ambición de brillar en el mundo. Tú no sabes lo que es creerse guapa y encontrarse pobre ; ver que el bolsillo no responde a las exigencias del espejo. -Yo he sido pobre, Emilia, y sin embargo, te lo juro, hay veces que cambiaría esta riqueza por la modesta posición que tenía antes de casarme.