Una gaviota cruzó -y su vuelo bajo, mar adentro, á largas curvas indecisas, en que parecían tocar á las azules puntas de las olas las puntas negras de las alas, acabó de extraviarle en vaguedades... Víctor soltó la pluma ; dejóse recostar en el sillón. No podía evocar, con la fuerza de convicción necesaria, la cálida y pasional, casi animal primavera andaluza, en este verano suave, en este casi espiritual verano del Norte. Sobrio todo, aquí, para su vista, compuesto en la paralela sumisión de tres trazos ; el del alféizar del ventanal, corrido con sus anchos vidrios por la galería ; el de la costa, besada por las rosas del jardín y no menos recta con sus helechos y sus tréboles que la hierbosa y alta ladera de un canal, y el del mar, con su recta inmensa contra el cielo... Todo sobrio : pálido el cielo ; el mar, azul, azul, muy azul, la costa verde ceniza ; las rosas rojas, blancas... Y ni una gaviota más después de aquella gaviota ; ni un ruido en el silencio, ni un buque lejano, ni una vela en la faja azul, azul, tan azul... tan desierta.