La campanilla de la puerta repicó de un modo tan respetuoso y delicado, que parecía un homenaje al dueno de la casa ; y el criado, al abrir la mampara de cristal, mostró sorpresa -sorpresa discreta, de servidor inteligente- al oír que preguntaban : -¿Es buena hora para que Su Alteza se digne recibirnos ? El que formulaba la pregunta era un senor mayor, de noble continente, vestido con exquisita pulcritud, algo a lo joven ; el movimiento que hizo al alzar un tanto el reluciente sombrero pronunciando las palabras Su Alteza, descubrió una faz de cutis rosado y fino como el de una senorita, y cercada por hermosa cabellera blanca peinada en trova, terminando el rostro una barba puntiaguda no menos suave y argentina que el cabello. Detrás de esta simpática figura asomaba otra bien diferente : la de un hombre como de treinta anos, moreno, rebajuelo, grueso ya, afeitado, de ojos sagaces y ardientes y dentadura brillante, de traje desalinado, de mal cortada ropa, sin guantes, y mostrando unas unas renidas con el cepillo y el pulidor.