¡Helo allí! Era un estallido sonoro que, de súbito, agitó por el espacio sus alas. Contando, con el reloj a la vista, la duración de la nota sostenida, Bassett recordaba la trompeta del arcángel apocalíptico. Las murallas de una ciudad se habrían desplomado pulverizadas ante aquel amontonamiento de vastas o impulsoras sonoridades. Por milésima vez intentó analizar las cualidades tónicas de aquel alarido enorme que se cernía sobre la tierra toda, hasta las fortalezas interiores de las tribus circunvecinas. La garganta montaraz de donde surgía diríase que vibraba con la marea creciente hasta desbordarse en impetuosas corrientes sonoras por tierra, cielo y aire. Con la fantasía arrebatada y sin freno de un enfermo, creía escuchar el grito poderoso de algún titán de ancestrales tiempos rugiendo bajo la pesadumbre de su miseria o de su ira. Y la voz henchía el espacio por momentos, retadora, suplicante, tan voluminosa y profunda como si quisiera alcanzar a lejanos oídos, allende las fronteras del sistema solar. Y percibíase en la entrana de aquella voz el himno de la protesta, ante el desierto sordo que no tenía oídos para escuchar y sentir sus clamores. "Así es la fantasía de los enfermos. ".