Daban las diez, en una torre del pueblo, y Alfredo aligeró -camino de la estación. La noche clara, calmosa. La luna alta. Ladraban los perros de las eras. Jadeaba Alfredo Gil (pisando su menuda sombra) con la maleta pesadísima y el lío del gabán y los bastones. Además, llevaba la merienda y un encargo de chorizos. Se iba para no volver, y... nadie le despedía. ¡No ! ... Oyó lejos, detrás, un conjunto de voces juveniles. Deberían de ser los amigos. Quizá las primas, también, con vecinas de la calle -porque algunas voces eran atipladas. Apretó el paso, apretó el paso... arrastrando por el polvo un cabo del cordel, mal atado a la maleta, y dándose con ésta en los talones. No quería que le mirasen transportando su equipaje, aunque hubiesen de verle después en tercera. ¡Oh, la maleta de los dramas !