Fue el ano 1590. Invierno. Austria quedaba muy lejos del mundo y dormía ; para Austria era todavía el Medioevo, y prometía seguir siéndolo siempre. Ciertas personas retrocedían incluso siglos y siglos, asegurando que en el reloj de la inteligencia y del espíritu se hallaba Austria todavía en la Edad de la Fe. Pero lo decían como un elogio, no como un menosprecio, y en este sentido lo tomaban los demás, sintiéndose muy orgullosos del mismo. Lo recuerdo perfectamente, a pesar de que yo solo era un muchacho, y recuerdo también el placer que me producía. Sí, Austria quedaba lejos del mundo y dormía ; y nuestra aldea se hallaba en el centro mismo de aquel sueno, puesto que caía en el centro mismo de Austria. Vivía adormilada y pacífica en el hondo recato de una soledad montanosa y boscosa, a la que nunca, o muy rara vez, llegaban noticias del mundo a perturbar sus suenos, y vivía infinitamente satisfecha. Delante de la aldea se deslizaba un río tranquilo, en cuya superficie se dibujaban las nubes y los reflejos de los pontones arrastrados por la corriente y las lanchas que transportaban piedra ; detrás de la aldea se alzaba una ladera llena de arbolado, hasta el pie mismo de un altísimo precipicio ; en lo alto del precipicio se alzaba cenudo un enorme castillo, con su larga hilera de torres y de baluartes revestidos de hiedras ; al otro lado del río, a una legua hacia la izquierda, se extendía una ondulante confusión de colinas revestidas de bosque, y rasgadas por serpenteantes canadas en las que jamás penetraba el sol ; hacia la derecha, el terreno estaba cortado a pico sobre el río, y entre ese precipicio y las colinas de que acabamos de hablar, se extendía en la lejanía una llanura moteada de casitas pequenas que se arrebujaban entre huertos y árboles umbrosos.