Maxim... (He olvidado su apellido paterno, tenga la bondad de excusarme por ello). Excuse y perdone a este viejo viejales y a esta absurda alma humana por atreverse a importunarle con sus lamentables balbuceos epistolares. Hace ya un ano que tuvo usted a bien fijar su residencia en esta parte del orbe, en vecindad con este hombre menudo que sigue sin conocerle, y a esta deplorable libélula a la cual usted no conoce. Permita, distinguido vecino, que aunque sea mediante estos seniles jeroglifos, le conozca, bese mentalmente su erudita mano y salude su llegada desde San Petersburgo a este indigno continente, habitado por muzhiks y campesinos, esto es, por elementos plebeyos. Ha tiempo que buscaba la ocasión de conocerle, la ansiaba, puesto que la ciencia en cierto modo es nuestra madre natural, al igual que la civilización, y puesto que respeto cordialmente a las personas cuyo nombre y título ilustres, coronados por la aureola de la gloria popular, por los laureles, los timbales, las órdenes, las condecoraciones y los diplomas, retumban como el trueno y el relámpago por todas las partes de este orbe visible e invisible, es decir, sublunar. Amo apasionadamente a los astrónomos, a los poetas, a los metafísicos, a los profesores asociados, a los químicos y a otros sacerdotes de la ciencia, entre los cuales se cuenta usted por sus inteligentes hechos y ramas de la ciencia, esto es, por sus productos y sus frutos. Dicen que usted ha publicado muchos libros en el curso de su labor intelectual en companía de probetas, termómetros y un montón de libros extranjeros con atractivos dibujos.