Por el hielo espejeante patinan las botas de montar masculinas y las botas de ribetes femeninas. Los pies que patinan son tantos que, si estuvieran en China, no alcanzarían para éstos los palos de bambú. El sol brilla con una viveza peculiar, el aire tiene una nitidez peculiar, las mejillas arden con más viveza que la habitual, los ojos prometen más de lo debido... ¡Vive y disfruta el hombre, en una palabra ! Pero... -¡Caramillo ! -dice el destino en la persona de mi... buen conocido. Yo, lejos del patinaje, estoy sentado en un banco, bajo un árbol pelado, y converso con "ella" . Estoy dispuesto a comérmela con el sombrero, la pelliza y las piernas, en las que brillan los patines, ¡es tan bonita ! ¡Sufro y, al mismo tiempo, disfruto ! ¡Oh, amor ! Pero... caramillo... Ante nosotros pasa nuestro "abre y cierra" del departamento, nuestro Argos y Mercurio, nuestro pastelero y recadero, Spiévsip Makárov. En sus manos los chanclos de alguien, masculinos y femeninos, deben ser de sus eminencias. Spiévsip me hace el saludo militar y, mirándome con ternura y amor, se detiene junto al mismo banco. -Hace frío, su excelen... ex... ¡Para un tecito, pues ! Je, je, je...