Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero ; mi juventud, veinte anos en tierra de Castilla ; mi historia, algunos casos que recordar no quiero. Ni un seductor Manara ni un Bradomín he sido -ya conocéis mi torpe alino indumentario- ; mas recibí la flecha que me asignó Cupido y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario. Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno ; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard ; mas no amo los afeites de la actual cosmética ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. Desdeno las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una. ¿Soy clásico o romántico ? No sé. Dejar quisiera mi verso como deja el capitán su espada : famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada.