Al buen amigo, al buen poeta Joaquín Alcaide de Zafra Fumaba un magnífico cigarro, rubio y esquinoso y escogido, de quince centímetros. Estiróse el marsellés y el pantalón de punto, se inclinó ligeramente más hacia la izquierda, el cordobés y siguió para el casino. El caballo se lo llevaría Froilán a cosa de las once. Era hermosa la manana. Al sol, en la puerta del casino, estaban ya fumando y discutiendo Badillo, Cartujano, el secretario, el boticario, Pangolín y Atanasio Mataburros. José de San José llegó y tomó su silla. Por un rato escuchó, golpeándose las espuelas con la fusta. Sonreía. No sólo advirtió que Cartujano, con la presencia de él, tomaba vuelos, sino que pudo asimismo advertir de qué manera, por respeto a él, los demás cedían un tanto en su alborotada oposición de democracias. ¡Coile ! ¡Nada menos que peroraba hoy de socialismo este Badillo ! ¡Qué barbaridad ! José de San José, aunque le notó ante él desconcertado, le dejó disparatar un cuarto de hora. Luego le atajó : -Hombre, Badillo... ¡no sea usted criatura ! ¡Los hombres serán siempre como son ! ¡Distintos, desiguales... unos tuertos y otros ciegos, unos buenos y otros malos ! ... En la Historia no hay otro caso de intento social igualitario, de amor libre, sobre todo, que el de los mormones... y... ¡ya ve usted !