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Un Estado que no esté en capacidad de proteger a su población es indolente, ya que al no incluir en su agenda la solución a los problemas sociales que aquejan a la comunidad está atentando contra la paz. Los dirigentes políticos se han acostumbrado a conocer las atrocidades que cometen grupos criminales contra personas inocentes, sin preocuparse por investigar lo que sucede, por qué y quien lo hace. El Estado no se inmuta frente a la ola de violencia imperante, y los humildes campesinos son quienes más sufren, ya que cuando se presenta una masacre el gobierno trata de justificar sus acciones contra la población señalando a los muertos como subversivos, y mostrando ante la opinión pública pruebas incongruentes. El panorama en cuanto a la denuncia y encarcelamiento de los perpetradores de crímenes no es alentador, el presidente se preocupa más por proteger las fuerzas militares de sus acciones irresponsables sin ninguna planificación, que hacer verdadera justicia social. Los guerrilleros, los paramilitares, los narcotraficantes, la delincuencia común, los terratenientes, hacen de la suya en una nación que se desangra sin la protección adecuada a la ciudadanía. En Colombia lo que se quiso representar con la paloma de la paz con el olivo en su pico, pasó de ser blanca a negra porque esa es la verdadera realidad del país. En el libro se hace una serie de reflexiones y se presenta una encuesta sobre dicha problemática, junto con unas tipologías que reflejan la indiferencia de un Estado que no hace nada para acabar con las matanzas, que ponen en primera plana de la opinión internacional a una nación cuya bandera se tiñe de rojo con la muerte de inocentes.